Pasado Manteigas, un municipio escasamente poblado durante la temporada baja en plena montaña, una serpenteante carretera conduce hasta Sabugueiro, una parroquia del distrito de Guarda.
En esta época, final de abril, no es normal que la nieve visite la Serra da Estrela, el punto más elevado del Portugal continental y que aloja la única estación de esquí del país.
Según se avanza por el accidentado camino, la belleza de la nieve disimula un paraje salpicado por ramas desnudas y calcinadas que se extienden infinitas.
Sabugueiro es uno de los múltiples pueblos afectados por los virulentos incendios de octubre de 2017 que arrasaron el noroeste de la península ibérica y dejaron decenas de muertos.
Han pasado apenas seis meses y, gracias a las lluvias y nevadas del invierno, el verde se deja entrever en el suelo de los montes.
Contrasta con el negro de los troncos abrasados, que, imponentes se alzan en colinas que anteriormente estuvieron pobladas por ovejas y por verdosas copas de robles, abedules o tejos.
Una climatología adversa y una larga sequía fueron los ingredientes letales para que el fuego campara en los concejos de la sierra y en más municipios del país.
Un hostelero de Manteigas, municipio que se libró de las llamas, cuenta que tiene un amigo que lo perdió todo, sus posesiones y el ganado. El Estado le repone la mitad de su redil de ovejas, por lo que la recuperación será lenta.
También relata cómo los trabajadores del sur del país tienen que desplazarse al norte para propiciar la reconstrucción.
Seis meses después, los habitantes de la sierra siguen adelante, intentando recuperar la normalidad.
Los tenderos de los comercios con los souvenirs estrella -mantas y jerséis de lana, quesos de oveja, jamón y chorizo-, ofrecen anhelantes sus productos a los escasos visitantes que van en esta época y las lluvias y nevadas, poco a poco, han ido devolviendo optimismo a los que se dedican a la tierra y al ganado.
